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Comunidades Ribereñas

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Piense a la hora de renovar el mobiliario urbano de su ciudad en que puede estar practicando el Comercio Justo ayudando al desarrollo sostenible de estas pequeñas comunidades productoras a orillas de los ríos amazónicos.

Mantenemos estrechas relaciones profesionales con algunas de estas comunidades productoras, principalmente en la Isla de Marajó, en la desembocadura del Amazonas, una de las zonas de Brasil donde se encuentra la mayor precariedad economica, sanitaria y educativa de todo el país. Procuramos siempre que posible colaborar en la elaboración de nuestros productos bien sea con las propias comunidades o en su lugar con los clientes de estas, propiciando así la sostenibilidad del sistema económico y trabajando al mismo tiempo con materias primas de origen idóneo, distribuyendo renta en lugares de extrema necesidad, propiciando la fijación de esas familias a las zonas rurales evitando el vergonzoso éxodo a los suburbios de las grandes ciudades.


La Amazonia tiene una gran dispersión de pequeñas comunidades asentadas en las orillas de los ríos, que tienen como medio de renta el extractivismo vegetal (productos madereros) y animal (pesca) y así sobreviven y mantienen sus estructuras sociales y económicas.

Cuando no encuentran forma de obtener un desarrollo económico emigran a las grandes ciudades para afincarse en las «favelas», vendiendo sus tierras a los grandes latifundiarios que una vez hayan cortado a matarraso el bosque lo quemaran y lo dedicaran al plantío de soja o de pasto para ganado bovino.


Es en pequeños aserraderos a las orillas de los ríos, donde las familias enteras desarrollan el trabajo de aserrado del tronco de madera que la semana anterior han extraído de su propio bosque de forma absolutamente manual; una semana se dedican a la extracción y otra al aserrado, y ellos mismos la transportaran posteriormente en su barco hasta la ciudad, a distancias considerables que pueden oscilar entre los 300 y los 800 Km, destinando al transporte otra semana de producción.

Hay también pequeños empresarios con embarcación propia que se dedican a financiar esta madera, adelantando parte del valor a la comunidad, con él que esta comprara los insumos necesarios (herramientas, combustible, alimentación , etc.). Una vez cargada la madera la transportan a la ciudad y se la venderán a pequeñas industrias de segunda transformación, que la elaboraran transformándola en productos de uso habitual, como pueden ser puertas, ventanas, componentes para la construcción de las casas de madera, etc.


El manejo forestal que realizan estas comunidades productoras se denomina de impacto reducido, pues extraen apenas 35 a 40 m3 de troncos de una hectárea de tierra (puede ser representado por 2 o 3 arboles por hectárea), sin el uso de maquinaria pesada en los bosques (que compactan los suelos), respetando un ciclo de 35 años sin tala en esa misma hectárea. En pocos meses la apariencia del bosque se uniformiza, la vida animal vuelve a su ser, y el crecimiento del bosque se ve estimulado, pues al aparecer los huecos al sol dejados por los individuos talados, surgen múltiples candidatos de arboles jóvenes con crecimientos vigorosos buscando ocupar el espacio dejado libre. Es a partir de este momento que se incrementa el secuestro de CO2 atmosférico, pues el crecimiento de esa masa arbórea se realiza con la formación de tejidos vegetales compuestos de carbono principalmente y un oxigeno liberado a la atmósfera.


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